jueves, 10 de diciembre de 2020

🥇Hace 50 años Luis Federico Leloir recibia el Nobel de quimica

 

Luis Federico Leloir (izq.) y el Rey Gustavo de Suecia en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Química de 1970

Fue distinguido por descubrir cómo se almacena la energía en las plantas y cómo los alimentos se transforman en azúcares que sirven de combustible a la vida humana. 

Sus hallazgos permitieron comprender varias enfermedades congénitas como la galactosemia

Discípulos, investigadores y Randy Shekman, Nobel de Medicina en 2013, destacan la vida y obra de una figura emblemática que colocó a la Argentina en el mapa de la ciencia mundial.

 Un día como hoy, hace 50 años, Luis Federico Leloir recibió en Suecia el Premio Nobel de Química por el descubrimiento de procesos bioquímicos básicos para la vida que fueron de gran importancia para el campo de la medicina y la química biológica. 

En esa fecha la ciencia argentina fue noticia a nivel mundial. 

”Sentimos el orgullo de ser argentinos”, tituló entonces un periodista que cubrió la ceremonia.

Leloir obtuvo el máximo galardón de la ciencia por describir por primera vez los nucleótidos azúcares y su papel en la formación de hidratos de carbono (azúcares). 

Los hallazgos de Leloir sirvieron para entender en profundidad la galactosemia, una enfermedad hereditaria que provoca que quienes la padecen estén impedidos de asimilar el azúcar de la leche y que de no ser tratada produce lesiones en el hígado, riñones y en el sistema nervioso central.

Leloir fue el segundo y último Nobel de ciencias recibido por un argentino por investigaciones realizadas en el país. 

Más adelante sería distinguido el argentino César Milstein, ganador en 1984, pero haría casi toda su carrera en el Reino Unido.

“Sus trabajos no solo permitieron describir cómo se almacenan los azúcares en animales y plantas bajo la forma de glucógeno y almidón respectivamente, sino también el modo en que se utilizan como fuente de energía”, explica Armando Parodi, investigador del CONICET y de la Fundación Instituto Leloir (FIL), quien realizó su tesis doctoral bajo la dirección de Leloir.

En su discurso del 10 de diciembre de 1970, en Estocolmo, Leloir afirmó: 

“El honor que he recibido excede -de lejos- mi expectativa más optimista. 

El prestigio del Premio Nobel es tal que uno de repente es promovido a un nuevo estatus. 

En este nuevo estatus me siento incómodo al considerar que mi nombre se unirá a la lista de gigantes de la química como van Hoff, Fischer, Arrhenius, Ramsay y von Baeyer, por nombrar solo algunos. 

También me siento incómodo cuando pienso en químicos contemporáneos que han hecho grandes contribuciones y también cuando pienso en mis colaboradores que llevaron a cabo una gran parte del trabajo”.

Luis Federico Leloir y sus hallazgos científicos fueron noticia a nivel nacional y mundial.


De la medicina a la ciencia

Leloir había nacido en septiembre de 1906, en París, Francia, aunque desde los 2 años vivió en la Argentina. 

Con 26 años se recibió de médico en la UBA

Trabajó en el Hospital de Clínicas durante dos años. 

“Nunca estuve satisfecho con lo que hacía por los pacientes”, explicaba Leloir en su breve autobiografía publicada en 1982. 

Y agregaba: “Cuando practicaba la medicina, podíamos hacer muy poco por nuestros pacientes, a excepción de la cirugía, digitalina y otros pocos remedios activos”.

“Los antibióticos, drogas psicoactivas y todos los agentes terapéuticos nuevos eran desconocidos. 

No era por lo tanto extraño que, en 1932, un joven médico como yo, tratara de unir esfuerzos con aquellos que querían adelantar el conocimiento médico”, justificaba Leloir su decisión de volcarse a la ciencia básica y realizar su tesis de doctorado con quien sería en 1947 el primer Nobel de ciencia argentino, Bernardo Houssay.

Ese mismo año, Houssay proponía a Leloir como director del Instituto de Investigaciones Bioquímicas-Fundación Campomar (en la actualidad, Fundación Instituto Leloir), creado el 7 de noviembre 1947 en una vieja casona en la calle Julián Álvarez 1917, en el barrio porteño de Palermo. 

Ahí, Leloir y sus colaboradores comenzaban a realizar los primeros hallazgos que permitían aclarar el mecanismo de la biosíntesis de polisacáridos (unión de azúcares), especialmente del glucógeno y del almidón.

Dentro de sus principales descubrimientos figura el llamado “camino de Leloir”: esa ruta bioquímica a través de la cual el organismo aprovecha la energía de los azúcares para poder vivir. 

En términos técnicos, describe los tres cambios sucesivos que experimenta la galactosa (un azúcar presente en la leche materna y en lácteos en general) para convertirse en glucosa, y que en esa transformación participa como intermediario una molécula llamada UDP-glucosa, el primer nucleótido azúcar que se descubrió. 

Hoy se conocen más de cien.

“Los descubrimientos de Leloir y colaboradores sobre la vía de metabolismo de la glucosa (la vía glicolítica) fueron fundamentales, y hoy despiertan enorme interés dado que se encontró que muchas células cancerosas utilizan esa vía para su multiplicación”, afirma por su parte el médico José Mordoh, investigador superior del CONICET que integró el laboratorio de Leloir entre 1964 y 1969.

“La verdadera medida del impacto científico no depende de cuántas veces se citan artículos de investigación o las revistas en las que se informan los trabajos, porque el legado de un gran trabajo a veces no se puede evaluar hasta muchos años después del descubrimiento inicial”, señala asimismo Randy Schekman, galardonado en 2013 con el Nobel de Medicina e investigador del Instituto Médico Howard Hughes y de la Universidad de California, en Berkeley, Estados Unidos.

Schekman agrega: “Si el profesor Leloir estuviera vivo hoy, estoy seguro de que se maravillaría por el alcance y la profundidad del impacto de su descubrimiento de los nucleótidos azúcares como precursores de la síntesis de carbohidratos en la biología y la medicina”.

Schekman recordó las frases finales premonitorias de Leloir en su conferencia Nobel: 

“Sin duda, esto puede convertirse en un problema fascinante para futuras investigaciones. 

Afortunadamente, incluso después de dos décadas, nuestro campo de investigación no se ha vuelto aburrido ni ha pasado de moda”.


Los hallazgos de Luis Federico Leloir fueron fundamentales para comprender la galactosemia y muchas otras enfermedades.

Tanto Parodi como Mordoh coinciden en que los trabajos pioneros de Leloir en la formación de glicoproteínas (unión de proteínas y azúcares) son igual de relevantes que los estudios que le valieron el Nobel de Química. 

“Esta línea de investigación es muy importante. 

Los anticuerpos, muchas hormonas y muchas enzimas son glicoproteínas que cumplen un rol clave en procesos vitales”, destaca Parodi.

“Fue una experiencia decisiva formar parte del laboratorio de Leloir durante siete años. 

Era una persona muy sencilla, humilde y respetuosa de las ideas de los demás. 

De él aprendí modos eficientes de trabajar en equipo, encarar preguntas, diseñar experimentos y analizar los resultados. 

Estimulaba la autonomía”, afirma Parodi.

“Trabajar en el laboratorio de Leloir fue como tocar el cielo con las manos. 

Inteligente, sencillo y afable, podía mantener ese difícil equilibrio de guiar sin imponer; de estar al tanto de mis investigaciones, corregir respetuosamente mis propuestas”, recuerda Mordoh.

Los experimentos de Leloir eran simples pero muy creativos, afirma Mordoh. 

“Tenía más apego a los resultados que a las teorías; fundamentalmente, mantuvo el trabajo ‘con las manos’ hasta el final de sus días. 

Metódico y disciplinado, detestaba los grandes escritorios. 

Siempre se mantuvo cerca de sus discípulos porque nunca perdió el contacto con los experimentos”, agrega.

Para Schekman, la devoción singular de Leloir a su trabajo experimental, a los colegas de su instituto y, más ampliamente, a la ciencia latinoamericana, debería servir de modelo para inspirar a la próxima generación de jóvenes investigadores: 

“El espíritu de Leloir sigue vivo en aquellos de nosotros cuya motivación principal es la sed de mayor conocimiento de la naturaleza”, dice.

“Tuve el privilegio de que Leloir fuera el director de mi tesis de doctorado”, señala por su lado Angeles Zorreguieta, investigadora del CONICET y directora de la FIL. 

“Lo que más disfrutaba Leloir era hacer ciencia en el laboratorio, estar lo más cerca posible de la mesada y los experimentos. 

El gusto por lo que hacía, su curiosidad, claridad, simplicidad y perseverancia en la búsqueda de respuestas lo llevaron a descubrir procesos fundamentales que ocurren en las células”, agrega. 

Y continúa: “Siempre será una gran fuente de inspiración para quienes tuvimos la suerte y el honor de trabajar con él. 

Es importante seguir transmitiendo su legado a nuestros jóvenes para que emprendan carreras científicas, motivados por las ansias de generar conocimiento en ciencias de la vida”.

“El 50 aniversario llega en un momento crítico para la ciencia mundial, en que toda dedicación posible es insuficiente para combatir esta pandemia tan alarmante”, afirma Alejandro Schinder, presidente de la FIL e investigador del CONICET

Y agrega:  “Creo que Leloir estaría muy orgulloso viendo cómo el Instituto que fundó responde en esta situación, explotando el conocimiento científico para desarrollar herramientas innovadoras que permiten diagnosticar y combatir COVID-19 en nuestro país y en el mundo”.

“Los pasos de Leloir recorrieron un camino de ciencia básica de altísimo nivel. 

Hoy frente a la pandemia estamos convencidos que no hay ciencia aplicada a resolver los problemas de nuestra sociedad sin ciencia básica innovadora y recursos humanos que la acompañe”, señala Andrea Gamarnik, directora del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires (IIBBA), que depende del CONICET y de la FIL, y líder del desarrollo de COVIDAR IgG e IgM, los test serológicos argentinos para COVID-19.

Leloir definía a la investigación como una “aventura atractiva”

“Algunos de los períodos más placenteros de mi carrera fueron aquellos en los cuales trabajé con personas inteligentes y entusiastas, con buen sentido del humor. 

La discusión de los problemas de investigación con ellas fue siempre una experiencia muy estimulante”, escribió en su autobiografía.

Y añadía: “La parte menos agradable de la investigación, el trabajo de rutina que acompaña a la mayoría de los experimentos, está compensada por los aspectos interesantes, que incluyen conocer y a veces ganar la amistad de personas intelectualmente superiores, provenientes de diferentes partes del mundo. 

El balance es claramente positivo.”

Agencia CyTA-Leloir

inngeniar


jueves, 17 de septiembre de 2020

CaracterizAR 2020 Encuentro virtual

 


Comité organizador CaracterizAR 2020


Se realizó el primer encuentro virtual CaracterizAR 2020


La iniciativa del IQUIMEFA convocó a numerosos actores de la comunidad científica a la discusión y el intercambio en torno a técnicas de caracterización. 


La presidenta del CONICET, Ana Franchi, participó del evento.


Entre el 9 y el 11 de septiembre tuvo cita el evento virtual CaracterizAR 2020, organizado por el Instituto de Química y Metabolismo del Fármaco (IQUIMEFA, CONICET-UBA). 


El objetivo del encuentro, que superó los 700 inscriptos, fue poner en diálogo las diferentes metodologías y posibilidades de caracterización de materiales en diversas áreas como polímeros, nanocompuestos, materiales híbridos, cerámicos, compuestos farmacéuticos- orgánicos y catalizadores.


El encuentro, transmitido por diversas plataformas virtuales y redes sociales, contó con la participación de reconocidos oradores, nacionales e internacionales, de habla hispana. 


Organizado en tres jornadas consecutivas, se desarrollaron 15 conferencias plenarias, 24 presentaciones flash y 150 sesiones de pósters. 



CaracterizAR 2020


La apertura estuvo a cargo de la investigadora del CONICET y directora del IQUIMEFA, Albertina Moglioni, quien brindó las palabras de bienvenida y agradeció la alta concurrencia.


La presidenta del CONICET, Ana Franchi, cerró la primera jornada con la conferencia plenaria “Las mujeres en la ciencia, un largo camino a recorrer”. 


“Es mucho lo que falta para que varones y mujeres tengan iguales oportunidades en sus carreras, lo que no resultará posible sin cambios que garanticen que las voces, las contribuciones y la excelencia de las científicas, asciendan a la cima de las agendas políticas, de la investigación y de la sociedad civil”, sostuvo en referencia a las desigualdades de género en el ámbito científico.


En referencia al objetivo del evento, Juan Manuel Lázaro Martínez, investigador del CONICET y uno de sus organizadores, sostuvo que “la intención fue nuclear de forma más abarcativa a quienes observamos los materiales desde la perspectiva química”. 


Y destacó el valor de CarecterizAR 2020 como vínculo entre quienes recorren los primeros pasos en el camino de la investigación y las posibilidades reales en la caracterización de materiales. 


Además, explicó que las jornadas constituyeron un ámbito propicio para estrechar lazos y difundir la importancia de los proyectos nacionales.



CaracterizAR 2020


En tanto, el presidente de la Sociedad Americana de Química (ACS, por sus siglas en inglés), Luis Echegoyen, recalcó: 


“Me alegra saber que además de nutrirse de expertos en cada área de estudio, al mismo tiempo que convocaron a la unión de la comunidad Iberoamericana de ciencia y tecnología, hicieron especial énfasis en el rol protagónico de las mujeres y la igualdad de género y respeto entre colegas”.


El comité organizador estuvo conformado por las y los investigadores del CONICET Juan Manuel Lázaro Martínez (IQUIMEFA), Yamila Garro Linck (IFEG, CONICET-UNC), Guillermo Copello (IQUIMEFA) y Manuela García (IMBIV, CONICET – UNC).


CONICET

inngeniar


jueves, 30 de julio de 2020

3D para crear alimentos con propiedades beneficiosas para la salud


Los autores del avance: Camila Palla (Izq.), Ivana Cotabarren, Sofía Cruces y Diego Colaneri.

Científicos de Bahía Blanca desarrollaron nutracéuticos que incorporan compuestos que reducen la inflamación y niveles de colesterol en plasma.

Investigadores de Bahía Blanca demostraron que la impresión 3D puede usarse para la producción de nutracéuticos o “alimentos medicinales” de administración oral que proporciona beneficios a la salud, incluyendo la prevención y el tratamiento de enfermedades.

El estudio, publicado en la revista “Food Research International”, fue liderado por Camila Palla e Ivana Cotabarren, investigadoras del CONICET en la Planta Piloto de Ingeniería Química (PLAPIQUI) y docentes del Departamento de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Sur (UNS).

“Las frutas y verduras son componentes fundamentales de una dieta saludable, y disminuyen el riesgo de padecer algunas enfermedades no transmisibles, como las cardiopatías y determinados tipos de cáncer. Sin embargo, los estilos de vida actuales han llevado a una disminución de la ingesta de vegetales y la preparación de alimentos de alto nivel nutritivo, por esta razón desde la ciencia hacemos esfuerzos para crear productos que puedan compensar estas deficiencias y tener un rol importante en la prevención de enfermedades”, afirmó Palla.

Palla, Cotabarren Diego Colaneri (profesional técnico de PLAPIQUI) y Sofía Cruces, alumna de la UNS al momento de la realización del proyecto, adaptaron una impresora 3D para su uso con materiales semisólidos. La impresión 3D es una técnica de fabricación que implica la deposición de materiales capa por capa para formar una estructura tridimensional que se controla mediante un software de computadora.

Con esa tecnología, lograron producir nutracéuticos de propiedades mecánicas estables basados en la mezcla de dos componentes: un oleogel o material semisólido obtenido a partir de aceite vegetal; y fitoesteroles, que son nutrientes vegetales con propiedades beneficiosas para la salud.


Los investigadores de Bahía Blanca demostraron que con una impresora 3D se pueden fabricar nutracéuticos o alimentos con componentes beneficiosos para la salud.

Se ha demostrado que los fitoesteroles son capaces de reducir la inflamación y los niveles de colesterol “malo” en plasma, así como aumentan las lipoproteínas de alta densidad (HDL) que, entre otras funciones, retiran el colesterol de las arterias y lo transportan al hígado para su excreción”, explicó Palla.

“Sin duda, esta línea de investigación es el puntapié para que los oleogeles y otros materiales con propiedades nutritivas o beneficiosas para la salud puedan ser usados en la impresión de productos nutracéuticos y alimentos funcionales”, afirmó Cotabarren.

El desarrollo de productos con características personalizadas en el área de la alimentación y de los productos nutracéuticos en el ámbito científico y tecnológico es muy escaso y las potenciales aplicaciones deben aún ser exploradas. “Se requieren más investigaciones para determinar si es factible usar impresión 3D para la obtención de matrices alimenticias que permitan mejorar la entrega de compuestos activos al organismo, al igual que para la obtención de productos personalizados”, concluyó Cotabarren.

Agencia CyTA-Fundación Leloir


martes, 14 de julio de 2020

Estudio Argentino Nueva proteina explica las bases moleculares del camuflaje en ranas


La unión de una proteína a un pigmento posibilita el camuflaje de la rana punteada con el follaje. 
Créditos: Andrés Brunetti

Los investigadores lograron describir ese fenómeno clave para la supervivencia en ranas punteadas obtenidas en camalotes de Santa Fe y Corrientes.

Científicos argentinos identificaron el sorprendente mecanismo molecular que utiliza una rana sudamericana para camuflarse con el follaje y, de ese modo, evadir predadores, según un estudio que publica la revista “Proceedings” de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS).

Se trata de la rana punteada o Boana punctata, una pequeña rana verde amarillenta que mide entre 3 y 4 centímetros y se distribuye en bosques, pantanos y áreas urbanas de Argentina y la mayoría de los otros países de Sudamérica.

Esta rana ya había sorprendido al mundo por su fluorescencia verde, el primer ejemplo en anfibios, que también fue publicada por el mismo grupo en la revista PNAS en 2017.

Ahora, como resultado de una colaboración multidisciplinaria los científicos revelaron el “truco” bioquímico para el camuflaje: la unión de un pigmento llamado biliverdina a una proteína hasta ahora desconocida, BBS o “Biliverdin Binding Serpin”, lo cual permite a la rana adoptar un color verde similar al follaje.

“Identificar esa proteína no fue sencillo”, explicó Lucía Chemes, una de las directoras del estudio e investigadora de CONICET en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIBIO), que depende también de la UNSAM.

Pero se pudo lograr mediante una herramienta poderosa, la espectrometría de masa.

“Al unirse a la biliverdina, BBS causa un cambio en el color del pigmento y le permite imitar casi a la perfección el color del follaje donde se posan las ranas”, expresó Chemes, quien desarrolló parte del trabajo como investigadora del Instituto Leloir.

El resultado fue sorprendente, dijo Chemes, porque la nueva proteína pertenecía a una familia muy conocida de proteínas llamadas “serpinas”, aunque no se conocía ningún ejemplo de serpina que fuese capaz de unir a la biliverdina.

“Nos resultó muy novedoso”, enfatizó.

Según Sara Bari, también directora del estudio e investigadora del Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE), que depende de la UBA y del CONICET, “la proteína BBS cambia la conformación del pigmento biliverdina y así pasa de un color verde, tal como aparece cuando tenemos un hematoma en la piel, a un hermoso a azul verdoso, permitiendo a la rana imitar el color del follaje donde se posa. 

“Este mecanismo de camuflaje nos sorprendió”, enfatizó.

Otra dificultad para revelar la identidad y función de BBS es que los genomas de los animales tienen muchas copias de genes que fabrican serpinas y el conocimiento de esta familia en anfibios “es prácticamente nulo.

A pesar de esta dificultad, pudimos identificar que en todos los casos se trataba de una serpina que se une a biliverdina”, apuntó Carlos Taboada, primer autor del estudio e investigador de la Universidad Duke, Estados Unidos, quien desarrolló parte del trabajo como estudiante doctoral en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN) y en el INQUIMAE. 


Lucía Chemes (izq.), Julián Faivovich, Sara Bari y Carlos Taboada.

Y agregó que el mismo mecanismo explica la capacidad de camuflaje de un amplio conjunto de ranas arborícolas de América Central, América del Sur, África y Asia.

Además del camuflaje, la BBS podría tener otras funciones y aplicaciones. 

Por ejemplo, como esa proteína es capaz de absorber y emitir luz en la región del rojo lejano, podría permitir visualizar procesos en el interior de los tejidos.

O podría acoplarse a anticuerpos que puedan pegarse a proteínas de interés científico, médico, biotecnológico o industrial, de modo tal de permitir su observación.

El nuevo estudio fue coliderado por Julián Faivovich, del MACN, del CONICET y de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Otros científicos argentinos que participaron fueron María Gabriela Lagorio, del INQUIMAE, y Andrés Brunetti, del Instituto de Biología Subtropical, que depende del CONICET y de la Universidad Nacional de Misiones, y Ana Faigón Soverna, del MACN y del CONICET.

También firmaron el trabajo colegas de la Universidad de San Pablo y la Universidad Estadual Paulista, ambas de Brasil; de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador; y de las universidades Duke y de Florida Central, Estados Unidos.

Agencia CyTA-Leloir

Estudio Argentino Nueva proteina explica las bases moleculares del camuflaje en ranas


La unión de una proteína a un pigmento posibilita el camuflaje de la rana punteada con el follaje. 
Créditos: Andrés Brunetti

Los investigadores lograron describir ese fenómeno clave para la supervivencia en ranas punteadas obtenidas en camalotes de Santa Fe y Corrientes.

Científicos argentinos identificaron el sorprendente mecanismo molecular que utiliza una rana sudamericana para camuflarse con el follaje y, de ese modo, evadir predadores, según un estudio que publica la revista “Proceedings” de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS).

Se trata de la rana punteada o Boana punctata, una pequeña rana verde amarillenta que mide entre 3 y 4 centímetros y se distribuye en bosques, pantanos y áreas urbanas de Argentina y la mayoría de los otros países de Sudamérica.

Esta rana ya había sorprendido al mundo por su fluorescencia verde, el primer ejemplo en anfibios, que también fue publicada por el mismo grupo en la revista PNAS en 2017.

Ahora, como resultado de una colaboración multidisciplinaria los científicos revelaron el “truco” bioquímico para el camuflaje: la unión de un pigmento llamado biliverdina a una proteína hasta ahora desconocida, BBS o “Biliverdin Binding Serpin”, lo cual permite a la rana adoptar un color verde similar al follaje.

“Identificar esa proteína no fue sencillo”, explicó Lucía Chemes, una de las directoras del estudio e investigadora de CONICET en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIBIO), que depende también de la UNSAM.

Pero se pudo lograr mediante una herramienta poderosa, la espectrometría de masa.

“Al unirse a la biliverdina, BBS causa un cambio en el color del pigmento y le permite imitar casi a la perfección el color del follaje donde se posan las ranas”, expresó Chemes, quien desarrolló parte del trabajo como investigadora del Instituto Leloir.

El resultado fue sorprendente, dijo Chemes, porque la nueva proteína pertenecía a una familia muy conocida de proteínas llamadas “serpinas”, aunque no se conocía ningún ejemplo de serpina que fuese capaz de unir a la biliverdina.

“Nos resultó muy novedoso”, enfatizó.

Según Sara Bari, también directora del estudio e investigadora del Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE), que depende de la UBA y del CONICET, “la proteína BBS cambia la conformación del pigmento biliverdina y así pasa de un color verde, tal como aparece cuando tenemos un hematoma en la piel, a un hermoso a azul verdoso, permitiendo a la rana imitar el color del follaje donde se posa. 

“Este mecanismo de camuflaje nos sorprendió”, enfatizó.

Otra dificultad para revelar la identidad y función de BBS es que los genomas de los animales tienen muchas copias de genes que fabrican serpinas y el conocimiento de esta familia en anfibios “es prácticamente nulo.

A pesar de esta dificultad, pudimos identificar que en todos los casos se trataba de una serpina que se une a biliverdina”, apuntó Carlos Taboada, primer autor del estudio e investigador de la Universidad Duke, Estados Unidos, quien desarrolló parte del trabajo como estudiante doctoral en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN) y en el INQUIMAE. 


Lucía Chemes (izq.), Julián Faivovich, Sara Bari y Carlos Taboada.

Y agregó que el mismo mecanismo explica la capacidad de camuflaje de un amplio conjunto de ranas arborícolas de América Central, América del Sur, África y Asia.

Además del camuflaje, la BBS podría tener otras funciones y aplicaciones. 

Por ejemplo, como esa proteína es capaz de absorber y emitir luz en la región del rojo lejano, podría permitir visualizar procesos en el interior de los tejidos.

O podría acoplarse a anticuerpos que puedan pegarse a proteínas de interés científico, médico, biotecnológico o industrial, de modo tal de permitir su observación.

El nuevo estudio fue coliderado por Julián Faivovich, del MACN, del CONICET y de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Otros científicos argentinos que participaron fueron María Gabriela Lagorio, del INQUIMAE, y Andrés Brunetti, del Instituto de Biología Subtropical, que depende del CONICET y de la Universidad Nacional de Misiones, y Ana Faigón Soverna, del MACN y del CONICET.

También firmaron el trabajo colegas de la Universidad de San Pablo y la Universidad Estadual Paulista, ambas de Brasil; de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador; y de las universidades Duke y de Florida Central, Estados Unidos.

Agencia CyTA-Leloir

domingo, 12 de julio de 2020

"Todo por 100 Pesos" Desarrollan Biosensor Porttil y economico que detecta 15 contaminantes en agua


El dispositivo ROSALIND detecta 15 contaminantes en agua, 
cuesta menos de 100 pesos y es más chico que una mano.

Todo por 100 Pesos” Desarrollan Biosensor Porttil y economico 
que detecta 15 contaminantes en agua 

Podría reemplazar equipos que cuestan cientos de miles de dólares y se llama ROSALIND, en honor a una científica que fue clave en el descubrimiento de la estructura del ADN.

Se desarrolló en Estados Unidos con participación argentina.

Un biosensor fácil de usar, portátil, accesible para la población y mucho más económico que equipos en el mercado permite detectar contaminantes en agua, informó la prestigiosa revista “Nature Biotechnology”.

“El sensor viene a satisfacer la necesidad de las personas que enfrentan inseguridad hídrica (riesgo de contaminación de las aguas de consumo), de modo que puedan encontrar respuestas locales y accedan a la información de forma más directa”, expresó a la Agencia CyTA-Leloir la doctora en química Daiana Capdevila, quien participó del proyecto durante una estadía postdoctoral en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, y ahora se desempeña como jefa del Laboratorio Fisicoquímica de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Instituto Leloir (FIL).

El desempeño del producto fue tan eficaz que ahora comenzarán las etapas para que salga al mercado.

El proyecto fue liderado por Julius Lucks, Kirsten Jung y Khalid Alam, de la Universidad Northwestern, en Illinois, Estados Unidos. Y la “magia” del biosensor es que copia el funcionamiento de las bacterias que detectan todo tipo de sustancias extrañas para defenderse.


Daiana Capdevila participó del proyecto durante una estadía postdoctoral en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, y ahora se desempeña como jefa del Laboratorio Fisicoquímica de Enfermedades Infecciosas en el Instituto Leloir.

Tal como describe la revista “Nature Biotechnology”, los investigadores incorporaron esos sensores celulares en dispositivos que detectaron y midieron con mucha especificidad más de 15 contaminantes distintos: metales como cobre, plomo, zinc, cadmio; varios tipos de antibióticos; y hasta elementos presentes en maquillaje.

El biosensor se llama ROSALIND en honor a la cristalógrafa Rosalind Franklin, una figura clave en el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN.

Falleció antes de que James Watson y Francis Crick recibieran el Nobel y su aporte no fue reconocido.

Habría cumplido 100 años a finales de este mes (25 de julio).

“Lo mágico del dispositivo es que reproduce fuera de la célula lo mismo que sucedería dentro de ella: una fábrica que, en lugar de hacer proteínas, fabrica exclusivamente unas moléculas que dan un color verde observable a simple vista cuando entran en contacto con los contaminantes”, indicó Capdevila, también investigadora del CONICET.


ROSALIND está dotado de una lámpara Led en una pequeña cajita negra (más chica que una mano) capaz de contener un tubo con moléculas de ADN donde tiene lugar la reacción.

Ya se empleó en California, Estados Unidos, para contribuir a decidir qué casas podían ser habitadas luego de un incendio que había contaminado las napas.

Aunque “cuesta menos de 100 pesos argentinos”, dijo Capdevila, tuvo un desempeño comparable al de equipos de varios cientos de miles de dólares que requieren personal capacitado.

La falta de acceso al agua potable es un problema global (se calcula que casi 8 de cada 10 habitantes en el mundo está en riesgo de inseguridad hídrica), y los métodos para detectar contaminantes de manera confiable son una necesidad para poder monitorear ese recurso clave.

“Estoy convencida de que en Argentina hay muchos lugares donde sería útil contar con maneras más económicas y directas de medir contaminantes en agua”, subrayó Capdevila, quien añadió que está trabajando en un proyecto para adaptar el biosensor a la determinación de arsénico, un contaminante natural muy abundante en las napas de nuestro país.

Agencia CyTA-Leloir

martes, 9 de junio de 2020

COVIT 19 En aguas cloacales van a medir niveles de coronavirus


Las científicas a cargo del proyecto de izquierda a derecha, arriba: María Dolores Blanco Fernández, Viviana Mbayed y Carolina Torres. Abajo: Sofía Díaz y Melina Barrios.

La técnica en desarrollo de los científicos del CONICET y de la UBA permitirá establecer cómo se modifica a lo largo del tiempo la cantidad de virus excretado en materia fecal como una medida de la circulación del virus en la población, lo que permitirá evaluar el impacto de las distintas medidas o intervenciones de salud pública como el distanciamiento social.

Argentina tendrá una técnica propia para detectar al nuevo coronavirus SARS-CoV-2 en efluentes cloacales, lo cual permitirá monitorear la efectividad de las medidas de control y hasta anticipar posibles picos de casos en días subsiguientes.

El objetivo general del proyecto es “realizar una vigilancia de la infección por SARS CoV-2 a nivel poblacional, realizando la detección y cuantificación viral en los líquidos cloacales recolectados de los domicilios de miles de personas y que luego ingresan a las plantas depuradoras”, afirmó a la Agencia CyTA-Leloir Viviana Mbayed, profesora asociada de la Cátedra de Virología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (FFyB) de la UBA.

El enfoque ya ha mostrado su utilidad en otros países.

Un estudio de la Universidad de Yale, por ejemplo, mostró que la evolución de las concentraciones del material genético del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) que se miden en los desechos cloacales es similar a la curva de casos de los días posteriores.

Mbayed, quien también es investigadora del CONICET, ya tiene experiencia en esta metodología.

El año pasado, junto a colegas, publicó en la revista “Journal of Virological Methods” el desarrollo de una técnica capaz de detectar no solo la presencia de virus (como poliomavirus y adenovirus) en aguas residuales de domicilios e industrias alimentarias, sino también rastrear su fuente, es decir establecer una asociación con la especie animal que los excreta (humanos, bovinos o aves).

La herramienta está siendo desarrollada por Mbayed junto a María Dolores Blanco Fernández, Carolina Torres, Melina Barrios y Sofía Díaz, de la misma cátedra y facultad. Y constituirá un método de vigilancia no invasiva para describir la dinámica de la carga del virus excretado en materia fecal por la población general infectada, tanto individuos sintomáticos como asintomáticos, lo que podría usarse para medir la efectividad de las intervenciones epidemiológicas como la cuarentena y el distanciamiento social.

Asimismo, Mbayed resaltó que la estrategia podría servir para alerta temprana sobre reintroducciones del virus en la población una vez que haya disminuido su circulación.

Otro objetivo del trabajo será la descripción de la diversidad viral, para lo cual “se secuenciarán los genomas virales detectados”, puntualizó Mbayed.

El trabajo fue uno de los 64 seleccionados para buscar soluciones contra COVID-19 con financiamiento de la Agencia I+D+i Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT).

Según refirió la viróloga, hay varios grupos de investigación nucleados dentro del grupo de trabajo “Detección de coronavirus en el ambiente” de la Unidad Coronavirus del MINCYT.

“Estamos trabajando coordinadamente para poder tener resultados lo antes posible, pero se requiere de la estandarización de metodologías previamente”, indicó Mbayed.

La técnica de detección del SARS-Cov2 en aguas cloacales será una herramienta complementaria a las ya vigentes para monitorear la circulación del virus en poblaciones humanas, “y tiene la ventaja de no requerir de muestras individuales de personas, sino que cada una de las muestras de líquidos cloacales representa a muchos individuos potencialmente infectados”, concluyó Mbayed.

Agencia CyTA-Fundación Leloir